Había una vez un anciano llamado Ramiro, quien había vivido una vida larga y plena en una pequeña ciudad en las afueras de una gran metrópolis. A lo largo de los años, había experimentado tanto la prosperidad como la miseria, y su corazón estaba lleno de recuerdos y sentimientos encontrados.

En sus días de juventud, Ramiro había sido un hombre lleno de coraje y ambición. Había trabajado duro, logrando méritos en su labor y viviendo con honestidad. A pesar de ello, también había conocido la tristeza y la decepción, pues la vida no siempre había sido justa con él.

Cada día, Ramiro solía sentarse en un banco de la plaza, donde observaba a las personas que pasaban. Él veía cómo la sociedad había cambiado a lo largo del tiempo. El progreso y la tecnología habían traído consigo un triunfo en la calidad de vida de muchos, pero también había generado una desolación en la forma en que las personas se relacionaban entre sí.

Ramiro recordaba los días en que los niños jugaban en las calles y la gente compartía sus logros y penas, sus alegrías y tristezas. Ahora, la mayoría de la gente parecía aislada en sus propios mundos, atrapada en pantallas y dispositivos, con poco tiempo para la interacción humana genuina.

Aunque la prosperidad era evidente en la apariencia de la ciudad y en la vida de la gente, Ramiro no podía evitar sentir que algo se había perdido en el camino. Los valores de la comunidad y el agradecimiento por las cosas simples de la vida parecían haberse disipado en medio del ajetreo y el materialismo.

Un día, mientras Ramiro reflexionaba sobre los cambios en la sociedad, un joven se sentó a su lado en el banco de la plaza. El anciano notó que, a diferencia de la mayoría de la gente que veía a diario, el joven no tenía un dispositivo en la mano y parecía estar disfrutando del ambiente de la plaza.

Intrigado, Ramiro decidió entablar una conversación con él. Hablaron de muchas cosas: de la vida, del amor, de la tristeza y del triunfo. El joven escuchaba con atención y respeto, compartiendo sus propias experiencias y pensamientos. La honestidad y la franqueza del joven sorprendieron a Ramiro, quien había olvidado cuánto valor había en una simple conversación.

Con el paso de las horas, Ramiro se dio cuenta de que el joven había conocido tanto la prosperidad como la miseria en su corta vida. Había enfrentado la desolación y la decepción, pero también había encontrado el coraje para seguir adelante y buscar un camino mejor.

Esta conexión humana llenó a Ramiro de esperanza y agradecimiento. Comprendió que, aunque la sociedad había cambiado en muchos aspectos, aún había jóvenes que mantenían la llama de la empatía y la conexión humana. Ramiro y el joven continuaron hablando durante varios días, forjando una amistad que cruzó la brecha generacional y les permitió aprender el uno del otro.

A medida que pasaba el tiempo, Ramiro compartió sus experiencias y sabiduría con el joven, quien a su vez le mostró cómo utilizar la tecnología para mantenerse conectado con otras personas y encontrar información valiosa. Juntos, aprendieron a equilibrar lo antiguo y lo nuevo, combinando la riqueza de la experiencia y la tradición con las ventajas del progreso y la innovación.

Esta amistad entre Ramiro y el joven se convirtió en un símbolo de esperanza y renovación para la comunidad. Las personas comenzaron a darse cuenta del valor de la conexión humana y a esforzarse por encontrar un equilibrio en sus vidas. La honestidad, el mérito y el agradecimiento volvieron a ser pilares fundamentales de la sociedad, y la tristeza y la desolación dieron paso a la alegría y la satisfacción.

Aunque la sociedad evoluciona y cambia constantemente, los valores fundamentales nunca deben perderse. Al mantener la conexión humana y aprender el uno del otro, las generaciones pueden superar las diferencias y trabajar juntas para construir un mundo más equilibrado y armonioso, donde la prosperidad y la felicidad pueden coexistir con el coraje y la resiliencia ante la adversidad.



 Esta casa, desde que llegué ha estado repleta de detalles. Reparan algo, algo más se descompone, asumimos que algo funciona, lo probamos y resulta que está inutilizado desde hace diez años. Pensar tanto en no vivir en un espacio dado al catre, me ha provocado dificultad para dormir en noches anteriores, he estado en consecuencia en menor capacidad durante el trabajo. Cómo un detalle que podría considerarse ajeno a lo relacionado con temas laborales, como que no caiga agua porque la bpmba no funciona porque está llena de tierra y tienen que renovarla, termina repercutiendo en mi tranquilidad.

Eso me lleva a recapacitar en lo cierto que es, que aquellos que cuentan con un entorno óptimo para el aprendizaje, durante sus años académicos, tienen una ventaja considerable en comparación a los que llegan sin comer, los que tienen conflictos en el hogar o que simplemente no cuentan con un lugar para ponerse a estudiar.

La brecha que nos divide entre privilegiados y los que no lo somos, es cada vez mayor; y aunque es cierto que existen poquísimas excepciones (puedo claramente contarme como una, pues aunque no soy rico, he escalado un poco en la estructura social si se me ve en pespectiva), la inmensa mayoría está condenada a permanecer en un contexto donde la separación entre sectores, por culpa de la misma inflación, es cada vez más evidente y no parece tener fin, pues es como está estructurada en primer lugar la distribución.

En fin, regresando al tema de la casa, me tiene muerto. Estoy agotado mental y físicamente y a donde quiera que volteo hay ausencia. No tengo muebles, no tengo sillas, no hay un refrigerador o un comedor; está tan vacío que me asusta. No, no me asusta la soledad, me asusta darme cuenta que muy poquitas cosas me son verdaderamente indispensables; y que el día de mañana sin darme cuenta puedo estar aislado del entorno y perderme las dulzuras de la existencia porque en mi cabeza, noventa y nueve de cada cien posesiones, son banales y puedo estar bien sin ellas fácilmente. Por eso necesito convivir, por eso está bien tener amigos, porque me ayudan a reconectar con la realidad.

Hace un par de días fui con varios de ellos a cenar, estuvimos platicando de cómo nos ha ido tras salir de la empresa en la que coincidimos (o seguir ahí, un par de ellos); como siempre, me maravillo de ver lo mucho que crecen mis conocidos y amistades; y en definitiva, me causa gozo escuchar sus historias de triunfo. Cuando estaban por cerrar el lugar, decidieron venir aquí, a esta casa, a pasar otro rato. Todo bien, pero me avergoncé mucho de no tener una silla para ofrecerles, pues en mi pleito continuo con esta casa, ni siquiera unas de las más baratas del condado y de segunda o tercera mano he podido comprarme.



La Casa

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 Esta casa, desde que llegué ha estado repleta de detalles. Reparan algo, algo más se descompone, asumimos que algo funciona, lo probamos y ...

En una pequeña y animada ciudad, vivía un joven llamado Daniel. A pesar de ser extrovertido y tener una gran cantidad de amigos, siempre se había sentido nervioso alrededor de mujeres hermosas. Un día, mientras caminaba por el parque, vio a una mujer que le robó el aliento. Su nombre era Camila, y desde el momento en que la vio, Daniel supo que tenía que conocerla.

Con la determinación de conquistar su corazón, Daniel decidió seguir algunos consejos para acercarse a Camila de manera genuina y respetuosa:

Daniel no intentó cambiar su personalidad o aparentar ser alguien que no era. Se mostró tal como era, con sus virtudes y defectos, permitiendo que Camila lo conociera de verdad.

Al entablar conversación con Camila, Daniel se aseguró de escucharla atentamente, mostrando interés en sus opiniones y preocupaciones, lo que les permitió establecer una conexión profunda.

A medida que su amistad crecía, Daniel descubrió que compartían un gusto por la comedia. Así que comenzaron a asistir a espectáculos de stand-up juntos, donde se reían hasta que les dolía el estómago.

Durante todo el proceso, Daniel trató a Camila con respeto, demostrándole que la veía como una persona única y no como un objeto de deseo.

Daniel y Camila también compartían su amor por el arte y la música. Pasaban horas recorriendo galerías y asistiendo a conciertos, lo que les permitió profundizar aún más en su relación.

A pesar de sus nervios, Daniel aprendió a confiar en sí mismo. Se mostró seguro y atento, sin caer en la arrogancia.

Juntos, Daniel y Camila hablaron abierta y sinceramente sobre sus sentimientos y expectativas, lo que les permitió construir una base sólida para su relación.

Aunque Daniel estaba ansioso por dar el siguiente paso, se aseguró de ser paciente y de respetar el ritmo de Camila.

De vez en cuando, Daniel sorprendía a Camila con pequeños detalles, como su postre favorito o flores frescas, para mostrarle cuánto le importaba.

Finalmente, Daniel y Camila se convirtieron en mejores amigos antes de dar el paso hacia una relación romántica. Su amistad les proporcionó un apoyo incondicional y una base sólida para su amor.

A medida que Daniel y Camila continuaron aplicando estos consejos en su vida diaria, su relación floreció y se convirtió en un amor profundo y duradero. A través de la honestidad, el respeto y la amistad, Daniel conquistó el corazón de Camila, y juntos descubrieron que el amor verdadero no se trata de trucos o fórmulas mágicas, sino de ser auténtico y comprensivo.

Y así, en el entramado de sus vidas, Daniel y Camila tejen una historia de amor que es un ejemplo de que la conquista del corazón no se trata de ganar, sino de compartir y aprender juntos en el viaje del amor.



¿Es verdad que la vida de alguien se puede resumir en trabajar, pagar deudas y sufrir en consecuencia? Durante años, he visto que esa premisa se encuntra presente en la vida de personas de clase media hacia abajo como denominador común, lo cual es una tristeza, pero una realidad que nos rodea. Quienes viven privilegiados, difícilmente se enteran de lo que ocurre acá abajo, y eso que, desde mi perspectiva actual, el pensamiento queda sesgado cuando intento ver hacia arriba o hacia abajo de la escala.

Lo que nos toca es trabajar, producir, crear, soñar y esperanzarnos en que la vida y los malos hábitos no nos destuyan antes. Siendo sincero, por mucho que lo intentemos, llevamos a cuestas un montón de responsabilidades y presiones, y no nos queda de otra que exigirle al pobre cuerpo y mente que no desfallezcan; renovar los votos para con ellos y recordarles que los amamos, cada día. Hacer lo que esté al alcance para sanar, ignorar el odio y la maldad proveniente del exterior y enfocarnos en lo que estamos construyendo.

Es verdad que algunos nacen privilegiados, no es culpa de ellos; la inmensa mayoría carecemos de privilegios, y durante la infancia y adolescencia no hacemos otra cosa que compararnos con nuestros vecinos o amigos cercanos, que si ellos tienen uno céntimo porcentual más que uno, a nuestro panorama, ya la llevan de ganar. Combatientes y enfrentándonos con quienes, tras la óptica de la gran escala, se encuentran exactamente en el mismo puñado de arroz que nosotros. No lo entendemos. No lo vemos.

Dejar de pelear contra personas y empezar a hacerlo contra ideas y preceptos involucra un cambio de mentalidad importante. Porque ves más allá del ego. No es quién te hace daño, sino qué motivación tenía para hacer lo que hizo. No es por qué tiene esa actitud contra ti, sino por qué existe esa actitud en el Universo. Y así podemos seguir, enumerando miles de cosas banales (que a los ojos de la mayoría sean malas), transformándolas en lo que de verdad son, un subconjunto segregador.

Estamos constituidos para socializar y crear vínculos fuertes, para procrear y dispersarnos como especie; y sin embargo las banderas actuales de provocación tienen el firme propósito de dividir, sesgar, limitar y diferenciar. No existe como tal el concepto de clase social, es en sí mismo una imposición estructural para etiquetarnos como animales de granja. ¿A poco crees que hay diferencia entre percibir mil o cien mil pesos mensuales a los ojos de quienes hacen mil veces eso? No, somos lo mismo, un puñado de gallos peleando hasta la muerte mientras esa gente se divierte por ver cómo nos destrozamos.

El grueso de la sociedad está ahí, inmiscuido en tiendas departamentales haciéndose del calzado de moda a precios exorbitantes o la taza de café que cuesta el salario semanal de alguien que está ubicado en el mismo segmento que uno, quizá un poquito más abajo solamente. La ironía es que mientras algunos buscamos apreciación y envidia por quienes se encuentran igual de jodidos que nosotros, a quienes de verdad tienen, les importa un bledo cuánto consumen, y se enfocan únicamente en producir a sobremedida.



Privilegios

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¿Es verdad que la vida de alguien se puede resumir en trabajar, pagar deudas y sufrir en consecuencia? Durante años, he visto que esa premis...

 ¿Qué es de un desierto sin ese color amarillo que lo caracteriza? Poner palabras con intención de "atraer" al lector cualquiera puede hacerlo, enrollándolo en historias banales e idiotas, de esas que solamente se consumen por el mero goce de perder tiempo. Qué se yo, cuando el autor es un "intelectual", un supuesto gurú o mentor, o la influencer hot que dice que sabe escribir y entrega frases dignas de cuaderno de primaria.

Hay escritores malos y otros terribles, contados son aquellos cuya obra es digna de ser presumida como algo ejemplar, y para ser sinceros, ninguno de esos sería tan abiertamente ególatra como para creersela de forma pública. Porque sí, se trata de vender, pero a cambio de perder la esencia artística del producto. ¿O pensaban que ellos viven de tragar aire?

Estoy durmiendo en una cobija sobre el piso, por fin se consiguió la renta de un lugar a distancia cómoda de la oficina, con el beneficio extra de que es una casa y no un departamento de esos en los que se escuchan los ronquidos del vecino de al lado o los saltos del escuncle relajiento de la planta superior. Una dicha.

Retomando estoy mi proyecto para este año; inclusión de hábitos para una mejora de vida. Hay que dignificar lo que se tiene. Por mis tres lectores asiduos (o quizá uno) es bien sabido que un cuando un círculo de tristeza se apodera de mí, suele revolcarme y dejarme tendido estirando lo más posible mis límites y suerte, o bendición divina, llámenle como quieran.

Recoger las partes y medio organizarlas en lo que queda de mí es un proceso que lleva tiempo, semanas, meses probablemente. Soy una construcción de medio pelo, que tiene buenos cimientos y a su disposición los mejores materiales, pero unos muy perezosos obreros. Que a días se van a huelga porque no les pagan, a días prefieren no asistir porque simplemente se desvelaron la noche anterior.

Quiero armar un estudio. Este cuarto es de tamaño promedio para los de esta ciudad, sin embargo, le hicieron la adición de un espacio al costado que con un poco de creatividad e inversión podría funcionar como un pequeño estudio. Estoy que no quepo del gusto de solo pensar lo que podría hacer ahí.

Este último mes ha sido un sacrificio intenso, entre vagar por distintos cuartos a divagar por haber tenido que posponer el camino que había empezado a andar. Amo a mi familia, como no tienen idea lo hago. Disfruto cada instante cerca de ellos, son fuente fundamental de mis pensamientos desde que amanece y una puerta esperanzadora al enfrentarme a cualquier proceso difícil de esos que suelen estrujarme el suelo, evititando que el vórtice de conmiseración se apodere de mí.

La historia se reescribe por los sobrevivientes a cada segundo que pasa. Pero la interpretación de lo sucedido, desde una visión por arriba del hombro hacia atrás, nos esclarece que aquello que nos pasó, fue un paso más en la búsqueda del la versión actual de lo que somos. Y no es para nada reprochable estar aquí, porque aunque sea para otros insignificante, para uno requirió toda la fuerza y voluntad que se tenía al alcance en ese momento. Bienvenidos otro reinicio, uno más probablemente de los que faltan.



Reinicio

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 ¿Qué es de un desierto sin ese color amarillo que lo caracteriza? Poner palabras con intención de "atraer" al lector cualquiera p...

 ¿Qué me está pasando? No encuentro la salida. O la entrada. O a mí mismo. Todo da vueltas. Me incomoda la gente, la ausencia de la misma, las distancias y la carencia de espacio. ¿Soy un viejo? Ya lo era desde hace tanto, no puede ser esa la razón de mi incomodidad, porque estoy en un proceso de adaptarme a un nuevo lugar.

Les cuento, lo que sucede es que mis procesos suelen ser lentos. El entorno juega un papel fundamental en mis planes. Pero cuando mis planes son destruidos por una situación que me obliga brúscmente a tomar otro camino, el piso se me desestabiliza, y tengo que recuerarme antes de volver al camino. Me siento como cuando en Mario Kart me caigo de la pista a un río y la nubecita viene por mí a regresarme al camino correcto. Para esto, como dije, he perdido un mes completo de mis propósitos. Porque ¿cuándo tendré un lugar nuevamente para habitar? ¿Y muebles? Al menos una cama...

¿Necesito una cama? No, no necesito ni siquiera una cama. En estos días lo único que necesito es un espacio que pueda sentir como mío, saludable en relación a la influencia del exterior, que me permita sanar y perdonar, principalmente para conmigo. Porque un montón de raza puede tener las peores opiniones de mí, pero la única que tiene un peso verdaderamente negativo, es aquella que yo me repito día con día. O positivo, si así se quiere.

No se trata de ser humilde o pretencioso, hay un buen de situaciones que pueden ponerme en cualquiera de los dos segmentos de esa bifurcación; lo cierto es que tengo seriamente que reconocer que estoy más cerca de la carencia que del éxito. Pero está bien, es entendible, y sigo teniendo fe en que se puede resolver.

Cuando mis mejores amigos superan sus metas, que llegan a mejores posiciones laborales, que construyen empresas, que venden una idea millonaria, me pongo a pensar en que las posibilidades cada vez se reducen más, por mera estadística y punto. Porque aceptémoslo, la movilización social no es cosa de todos los días. Y para quien ha venido de menos a más, como un servidor, es prácticamente meritorio estar aquí, como sea que esté. Aunque eso sí, he conocido a quienes de venir de situaciones más vulnerables ahora están en completa plenitud persoanl y financiera. Y lo celebro con ellos.

... Estoy perdido entre mis ideas otra vez, no sé ni siquiera por qué abrí este procesador de texto, hasta se siente repetitiva la publicación. ¿Y si estoy perdiendo el toque? ¿Si ya me olvidé de cómo colocar palabras una tras otra de forma coherente?

... Algo pasó. O está pasando. Es la inercia de creer que puedo conseguir las cosas a pesar de las limitaciones. Porque seamos sinceros, alrededor hay más cuestiones impuestas para verte caer, doblegarte y retenerte; que para impulsarte hacia adelante o arriba.

... Quiero a una persona estúpida, como cómplice, como amistad, como alguien a quien no le importe un carajo salir a la calle y gritar que está de buenas. Como solía hacerlo antes, cuando no le tenía miedo a nadie. Cuando la opinión ajena tenía menos impacto sobre mí que un grano de arena bajo mis pies descalzos en la playa.

Francamente, estoy empezando a reubicar mi cabeza. Y de ahí se parte. La confianza no nace de los halagos, ni de los logros personales o de las experiencias positivas. Viene de las tripas, es visceral, compulsiva.



 Hace un par de semanas todavía tenía dónde quedarme. El lugar era óptimo, a solo una cuadra de distancia de mi sitio de trabajo. Tenía cualquier cantidad de cosas interesantes cerca y lo mejor es que podía un día que estuviera harto simplemente salirme de la oficina e irme a casa a terminar mi turno, pasando a comer (o pedir comida para llevar) en el trayecto.

Tuve que tomar la decisión radical de irme de donde vivía, porque mi casera "olvidaba" mis pagos, me estaba cobrando múltiplos de dinero que ya le había dado. Mi malpensar consideraba que esto era una estrategia para estafar inquilinos. Mi parte comprensiva aseveraba que la señora es de edad avanzada y la falta de memoria era solo un reflejo de su condición. Mi parte más mía únicamente repetía: Te tienes que ir de aquí.

He venido de cero a dos, de dos a menos uno, de menos uno a cinco, de cinco a menos tres, de tres a cero, de cero a uno y nuevamente de uno a cero en mi vida. Lo sé, lo sé, parece difícil de entenderse. Pero así ha sido lo que me rodea, un amasijo de posibilidades quedando destruidas en el pasado. ¿Por qué no logro nada teniendo las herramientas a la mano? Porque no importa de nada tener las herramientas, cuando uno se distrae, es tal cual incompetente o de plano, desperdicia el tiempo, no avanza. Y es triste.

Es triste, y al mismo tiempo un gusto; porque veo a la gente que conozco crecer, superar sus limitantes y salir adelante, triunfando, solos o en equipo, lo cual reconozco, merece todo el respeto del mundo.

Sin embargo esta lucha continúa siendo contra mi interior, y pasa a ser un reto cada día el aventurarme a alcanzar al fin de semana siquiera. El entorno no es enteramente responsable, pero la falta de habilidades o mejor dicho, condiciones, en los momentos oportunos, me ha roto y atrasado continuamente. Cuando cada día es una batalla, llegar al final del mismo se convierte en una victoria.

Escribía para mí, para el amor, para la hermosura, para el deseo. Y eso se acabó. Terminé siendo la versión nerd de caricatura de la que todos se burlan en memes. Deseaba descubrir estrategias maravillosas que me hicieran diferente al resto; sin embargo, acabé invisible, asustadizo y absurdo.

Me quedan pocas cosas para disfrutar, pero bajo esa óptica, he aprendido que incluso lo que parezca más insignificante, puede generarme gozo. Salir a comer con la familia, invitar las golosinas, abonar a deudas, escribir una publicación en un blog que no lee nadie, escuchar una canción que lleva años en mi lista de reproducción, respirar el aroma de un amanecer primaveral frente a las plantas, programar una rutina, publicar la reseña de un restaurante que desconocía, ver a una amistad, dormir al menos siete horas, entre decenas de cosas más.

Lo que me lleva a pensar: ¿Por qué peleo batallas que tengo perdidas desde el principio? ¿Por qué escribo consciente de que mis letras tienen nulo alcance? ¿Por qué me empeño en ser un buen trabajador en un entorno extremadamente competitivo donde las piedras de abajo de las piedras tienen más talento y destreza? ¿Por qué no me rindo?

Todas esas dudas que parecerían inconvenientes, la suma de frustraciones y la traición continua por parte de aquellos en quienes suelo depositar un poco de confianza, han hecho de mí alguien que tiene que escarbar cada mañana al despertar para volver a plantarse en pie sobre el suelo, recogiendo una a una las fracciones en las que ha quedado desparramada mi esperanza, y anhelando, una vez más, al igual que el día anterior, hacer las cosas bien. Con acabar tablas es suficiente cuando se viene de números rojos.