Tantas cosas sucediendo en mi mente, llamadas perdidas continuamente. Me tienen harto esos cobradores, ya les he dicho que sí les voy a pagar, conforme me caiga el dinero, no soy un mago para sacármelo de un sombrero. Somos víctimas de los estereotipos, volteo a mi alrededor y todos lo mismo, con un poco de observación es posible hackear a cualquiera, a mí, a ellos, a ellas.
Estar en el café aprovechando el día de descanso extra que conseguí, para relajar mi cabeza después de una noche prácticamente en vela, porque sí, sigo con el conflicto de mis sueños rotos, literal y figurativamente hablando; la chica de short y lentes junto a mí difícilmente me permite concentrar en lo que hago, perdón aparte, ya saben cómo es mi corazón que se la vive enamorado.
Abrí la terminal, escribí un programa que se comunicara con la IA, todo bien, funcionó a mi gusto; otro más, ahora unas instancias en la nube, únicamente para no olvidar lo que sé hacer en esas tecnologías, pues en este mundillo todo se mueve y cambia demasiado rápido.
Nos veremos luego chica guapa, o tal vez no, tal vez nunca. Porque así es esto, unos llegan, otros se van para no volver jamás, se desvanecen entre memorias incompletas, textos figurativos, y el peso del olvido. No importa cómo estés vestida, ni tu color de piel, no importa cómo te expreses, ni el sonido de tu voz o el sabor de tus labios dulces como la miel; solo aquello que sucede en el presente es lo que tiene verdadero peso circunstancial, lo demás, efímero, muere, se va, desaparece.
Quizá un presagio, probablemente un vestigio, una nota musical, una frase en específico, algo que nos invite a reconectar; y en una de esas nada, solo la intención de reconstruir aquello las expectativas han derrumbado, tengo el corazón dispuesto y la mirada triste, por lo mucho que le ha tocado sufrir. Pero en silencio, como debe de ser, a nadie le importan mis dramas, y al día siguiente, ni siquiera a mí.
Pero en medio de todo este caos, encuentro momentos de calma, casi imperceptibles, como cuando el sol se filtra a través de las hojas de los árboles, o cuando la música que escucho logra sincronizarse con los latidos de mi corazón. Tal vez es ahí donde reside la verdadera magia, no en los grandes momentos ni en las promesas que se consumen, sino en las pausas inadvertidas que me permiten seguir respirando, resistiendo, encontrando motivos para seguir creando, aunque sea solo por el gusto de ver líneas de código convertirse en algo tangible, algo que, aunque sea por un instante, me haga sentir en control.
No hay un final feliz, tampoco un final triste entre estas líneas, solo una razón para extraviarse entre la inadvertencia, continuar conforme se pueda, minúsculo quizá, pero propositivo. Dejando de lado los miedos, aceptando que cada cual está enfrentando sus propios males y no tienen razón alguna para apiadarse de mí, mis ojos están colocados en un lugar más alto, allá donde el tiempo o las distancias carecen de sentido, donde no importa lo poco o mucho, somos a cual más parte de uno mismo.
Tantas cosas sucediendo en mi mente, llamadas perdidas continuamente. Me tienen harto esos cobradores, ya les he dicho que sí les voy a pagar, conforme me caiga el dinero, no soy un mago para sacármelo de un sombrero. Somos víctimas de los estereotipos, volteo a mi alrededor y todos lo mismo, con un poco de observación es posible hackear a cualquiera, a mí, a ellos, a ellas.
Estar en el café aprovechando el día de descanso extra que conseguí, para relajar mi cabeza después de una noche prácticamente en vela, porque sí, sigo con el conflicto de mis sueños rotos, literal y figurativamente hablando; la chica de short y lentes junto a mí difícilmente me permite concentrar en lo que hago, perdón aparte, ya saben cómo es mi corazón que se la vive enamorado.
Abrí la terminal, escribí un programa que se comunicara con la IA, todo bien, funcionó a mi gusto; otro más, ahora unas instancias en la nube, únicamente para no olvidar lo que sé hacer en esas tecnologías, pues en este mundillo todo se mueve y cambia demasiado rápido.
Nos veremos luego chica guapa, o tal vez no, tal vez nunca. Porque así es esto, unos llegan, otros se van para no volver jamás, se desvanecen entre memorias incompletas, textos figurativos, y el peso del olvido. No importa cómo estés vestida, ni tu color de piel, no importa cómo te expreses, ni el sonido de tu voz o el sabor de tus labios dulces como la miel; solo aquello que sucede en el presente es lo que tiene verdadero peso circunstancial, lo demás, efímero, muere, se va, desaparece.
Quizá un presagio, probablemente un vestigio, una nota musical, una frase en específico, algo que nos invite a reconectar; y en una de esas nada, solo la intención de reconstruir aquello las expectativas han derrumbado, tengo el corazón dispuesto y la mirada triste, por lo mucho que le ha tocado sufrir. Pero en silencio, como debe de ser, a nadie le importan mis dramas, y al día siguiente, ni siquiera a mí.
Pero en medio de todo este caos, encuentro momentos de calma, casi imperceptibles, como cuando el sol se filtra a través de las hojas de los árboles, o cuando la música que escucho logra sincronizarse con los latidos de mi corazón. Tal vez es ahí donde reside la verdadera magia, no en los grandes momentos ni en las promesas que se consumen, sino en las pausas inadvertidas que me permiten seguir respirando, resistiendo, encontrando motivos para seguir creando, aunque sea solo por el gusto de ver líneas de código convertirse en algo tangible, algo que, aunque sea por un instante, me haga sentir en control.
No hay un final feliz, tampoco un final triste entre estas líneas, solo una razón para extraviarse entre la inadvertencia, continuar conforme se pueda, minúsculo quizá, pero propositivo. Dejando de lado los miedos, aceptando que cada cual está enfrentando sus propios males y no tienen razón alguna para apiadarse de mí, mis ojos están colocados en un lugar más alto, allá donde el tiempo o las distancias carecen de sentido, donde no importa lo poco o mucho, somos a cual más parte de uno mismo.