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 Publicar una y mil entradas para autodemostrarse que se es capaz, pero sin haber hecho lo otro que está en juego; sin avanzar un paso en el camino alterno que quiero transitar durante el año, para al final del mismo, probablemente darme cuenta que me pasé muchísimo de lanza con mis propósitos. Qué más da.

¿Fallar de nuevo? De eso estamos hechos, de la capacidad de equivocarnos y volverlo a intentar. Enfrascarnos en la miseria del fracaso no debe suponer más allá de un par de días de tristeza y a seguirle dando. Que no estamos acá por nuestra bonita cara, ni hemos avanzado a base de favoritismos como ciertas minorías.

No solo sangre, sudor y lágrimas nos ha costado reventarnos el alma y cuerpo por sobresalir. Y no faltará quien levante la mano diciendo que también le ha tocado la joda. Como si se tratara de una comparación por ver a quién le ha ido peor, no señor, no va por ahí.

Tenemos que convencernos de crear oportunidades para que otros no la sufran tanto como uno; hay que ser piedra angular en un futuro que sea factible para el desarrollo y la sana consecución de resultados favorables. Al menos eso pienso yo.

Me da tristeza enterarme que amigos y personas cercanas se convierten en malos ejemplos empresariales al abusar de su gente, pagarles con migajas y explotarlos en sobremanera; y esa tristeza viene acompañada de la impotencia por observar lo mal que está el entorno, hostil, hipercompetido, deslear, destructivo, fugaz.



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