Sobreexigirte
Sobreexigirte es un pésimo hábito.
Y lo peor es que se siente como lo correcto. Como si no hacerlo fuera traicionarte.
Como si parar tantito fuera rendirse del todo.
Pero no.
A veces solo estás cansado. Cansado de exigirte ser constante, fuerte, enfocado, impecable…
cuando por dentro ya ni sabes por qué empezaste a exigirte tanto.
Te sientes culpable por no poder con todo.
Y encima de todo, por sentirte mal por no poder con todo.
Es ridículo, pero lo haces. Y lo repites.
Porque así aprendiste a vivir: con el corazón apretado y el alma en overdrive.
Y lo más triste es que llega un punto en que ya ni sabes descansar sin sentir culpa.
Hoy solo quiero recordarme —y tal vez recordarte— que no pasa nada si aflojas un poco.
Que nadie se muere por dormir ocho horas.
Que no eres menos por detenerte.
Que la vida no se mide por cuánto logras, sino por cuánto te habitas.
Y a veces, habitarte… empieza por darte tregua.



Aquí guardo fragmentos de mis días: anécdotas que me han formado, pensamientos que se resisten al silencio, destellos de oraciones que encuentro en los bordes de la rutina.
Escribir, para mí, no es un oficio sino una forma de respirar. Cada texto nace del impulso de entenderme y, tal vez, de reconciliarme con el mundo.
No busco atención o aplausos; solo dejar constancia de lo que alguna vez fui, mientras sigo aprendiendo a mirar con calma.
No hay comentarios.
Publicar un comentario
Se agradecen tus comentarios.