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Carta a una ex:

En el crepúsculo de nuestro afecto, te encontraste suspendida en el eje de mis divagaciones, elevada en el panteón de mis devociones. Sin embargo, en un parpadeo, te transformaste en un eco del tiempo, una presencia meramente tangible, prescindible a tu antojo. En nuestro pas de deux de la existencia, fui un aliado persistente, esforzándome, en la medida de mis fuerzas, por mantenerte en el presente, por mantener viva nuestra conexión.

Pero entonces, la muerte arribó, transformándote en un espejismo desvanecido en la inmensidad de la nada. Mis palabras, alguna vez pronunciadas con fervor, ya no encontraban tu oído. La búsqueda cesó, mi ser ya no se flexionaba en el afán de hallarte. No eras más que un vestigio del pasado, una imagen espectral a la que antaño le ofrecí mis letras y que hoy, ni un suspiro merece.

En medio de la ausencia y el silencio, me encontré reflexionando sobre la danza del afecto. La realidad, antaño velada, se reveló con claridad: no estamos aquí para dosificar cariño, y menos aún para mendigarlo. Y aunque la bondad impregna mi ser, incluso los más grandes dramaturgos deben reescribir sus guiones de vez en cuando. Yo ya no podía desvivirme por la atención que fue negada.

Porque al final, si la hipocresía adorna tus días, no puedes buscar autenticidad, no puedes anhelar cariño. Como un reflejo en el agua, la verdad se revela a sí misma. Siembras deshonestidad, y lo más que podrás cosechar será el desdén. En este juego etéreo de la existencia, fui un compañero, un observador, un literato, pero jamás un enemigo. Y ahora, ni siquiera alguien a quien le resultes de interés.

Sin embargo, en la quietud de este desenlace, emergen palabras de gratitud. Agradezco la belleza que nos unió, las huellas que dejaste a tu paso, los momentos compartidos y la fragancia de los días pasados. Te agradezco por el tiempo, ese maestro implacable que nos enseña, que nos transforma, que nos bendice con su gracia efímera. No importa cuán desvanecida estés ahora, tu esencia y tu ser dejaron una melodía en el viento, una canción que cantaré en silencio, una reverberación de lo que una vez fuimos. Y aunque ya no estás, agradezco tu paso por mi vida, por los trazos que dejaste en la página de mi historia, por ser, al fin y al cabo, un fantasma hermoso de mi ayer.