Scheerea IX

—Hola Scheerea, hace tiempo que no estabas cerca, ¿cómo te encuentras?

Hoy, como habitualmente la bella pelirroja aproximó su aroma a mí, no podía negarme a tal belleza, ni siquiera quería hacerlo. Solo quería dejarme llevar por la atracción que su físico me propone. Dicen que como universitario se escriben solo tonterías, lo acepto. El cabello largo y liso, las piernas gruesas, su espalda siendo mapeada con mis dedos, su trasero, una prominente escultura a lo atractivo. Adorable figura de doncella.

Hablar solamente de una relación amorosa con alguien que tiene secuestrada mi mente no es hablar, pero al querer hacerlo de algo más siempre surge y me domina, cosa que no puedo controlar. Como la fuerza natural de la gravedad, que como gag estoy seguro que está más que utilizado.

—Estuve muy enamorado Scheerea. —Le dije mientras acariciaba su desnudo cuerpo recostado boca abajo junto a mí. —Tengo que sacarlo.

—Solo dilo. —Respondió.

—Hace años, conocí a Angie, y la coloqué en mi corazón como la mujer de mi vida; olvidé al resto, quité de mi mente la mínima idea de que pudiera existir alguien más, alguien diferente. Me enamoró la manera en la que cambió su persona, de una niña mimada a una dama inteligente y refinada. Me gustaba mucho su forma de desenvolverse ante la gente, todo el mundo la quería y todo el mundo también sabía que yo la amaba. Algunas personas incluso tenían la idea de que juntos se nos vería muy bien.

Hace apenas unos días que me pidió retirarla de esa forma de ser vista de mi mente, no imaginas lo mucho que me ha costado, el trabajo tan complicado por el que he tenido que pasar posterior a eso. Quisiera decir al día que no pienso en ella, pero no es así. Lo que hago ahora es ocuparme más, ocuparme en todo, quitar de mi mente cualquier indicio de libertad para pensarla. Esa es mi estrategia para no verla más en mis sueños, para no quererla más conmigo. —Expuse.

—Haces bien. —Repuso. —Si quieres puedes besarme.

Meses atrás había supuesto que su petición era algo morboso en continuo deseo del alcance de mi cuerpo para sí, pero en ese momento, en la instancia que se desarrollaba todo, no había una puerta abierta al acceso a mí más grande; yo quería probar otros labios, quería olvidar mis miedos, quería cambiar de aires y reducir a unas líneas lo que un día fue todo cuanto entregué de mi corazón a Angie. Un corazón dolido y un sentimiento de miedo me embriagaban mientras, con los ojos puestos en Scheerea solo pude suspirar una réplica: —Sí.

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