Una de mis palabras favoritas en inglés: Forsaken.
No por cómo suena, sino por lo que arrastra.
Una palabra que sabe a madera vieja, a fotografías con las esquinas dobladas,
a promesas que se dijeron en voz baja y que el tiempo no se molestó en cumplir.
Forsaken no significa solo estar solo.
Es haber sido apartado con indiferencia.
Es ese espacio que quedó cuando alguien se fue y ya no hizo falta reemplazo.
Es el silencio que ya no espera pasos.
Tiene algo sagrado… como las ruinas.
Hay belleza en su desolación.
Porque lo abandonado alguna vez fue casa,
y lo que fue casa aún conserva el eco de los que rieron allí.
Ser forsaken es caminar por dentro de uno mismo
como quien recorre un campo de batalla después de la tormenta,
saberse sobreviviente sin nadie a quien contarle que se sigue de pie.
Pero también —y esto es lo que duele más—
hay un raro consuelo en aceptar que ya no vendrán.
Que lo único que queda es hacerse compañía.
Y, con suerte, redibujarse desde las sombras
como quien ya no espera ser salvado,
pero aún guarda algo de fuego entre los escombros.
Una de mis palabras favoritas en inglés: Forsaken. No por cómo suena, sino por lo que arrastra. Una palabra que sabe a madera vieja, a foto...



Aquí guardo fragmentos de mis días: anécdotas que me han formado, pensamientos que se resisten al silencio, destellos de oraciones que encuentro en los bordes de la rutina.
Escribir, para mí, no es un oficio sino una forma de respirar. Cada texto nace del impulso de entenderme y, tal vez, de reconciliarme con el mundo.
No busco atención o aplausos; solo dejar constancia de lo que alguna vez fui, mientras sigo aprendiendo a mirar con calma.