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 Ya está por terminar el mes y mis propósitos se están quedando faltos de tiempo. No sé si consiga ir logrando cada uno según los tiempos que me puse como meta, pero al menos, pensando objetivamente, habré avanzado más en este año que lo que en anteriores por el simple hecho de haberme puesto metas difíciles, pero factibles.

Quisiera dejar en claro que la situación ha estado fuera de mi control ya que más de la mitad del tiempo la pasé fuera de aquí, no tenía las herramientas necesarias a la mano para autogestionarme y lo peor es que cuando me iba, olvidaba lo que me servía en este lugar. Pero no voy a mentir, como estrategia, a fin de cuentas, funciona.

Porque es una forma abstracta de meterme presión para mejorar. Se alcance el objetivo o no, el asunto es no rajar. Si de los 10 lugares nuevos que quiero conocer durante el año logro visitar 8, ya habré recorrido una distancia estupenda; si de 60 libros que quisiera leer en el año logro 50, eso sería un éxito; si de los 100 algoritmos que quiero dominar aprendo 70, es un gran mérito; si de los 50 kilos que pienso bajar llego a 30, misma historia; si de los 300 mil pesos que quiero saldar abono 200, es un gran avance; si de las 700 páginas que quiero escribir redacto 400, habré hecho algo sin precedentes en mi historia de vida... Y así puedo seguir. Cada mes, con su propio reto. Siendo uno más difícil que el anterior y fungiendo como benefactores de mi personalidad.

Porque atrás quiero dejar a esta versión vacía y sin ambiciones que vengo arrastrando hace algunos años. Desde mi despido, o antes quizá, desde que me fui por primera vez a CDMX, desde que estaba por quedarme sin proyecto en TCS, qué sé yo; me dejé caer, lo admito, lo reconozco, estaba decepcionado y me hundí en la miseria. En una miseria provocada por mi traicionera mente. Rodeado de gente que me amaba y al mismo tiempo, sintiéndome completamente solo, extremadamente incomprendido, desesperadamente frustrado, inútil y desagradable.

Los textos fueron como siempre una de las maneras que utilicé para vomitar absurdos, para expresar historias que me desconectaran de lo que me agraviaba, dejé de sentir y anhelar; mis esperanzas estuvieron colocadas en la nulidad de satisfacciones y gustos, como un bulto, respirando por el simple hecho de hacerlo.

Al tocar fondo pude ver esas partes de mi personalidad que no recordaba, reconecté con mis más grandes miedos y me enfoqué únicamente en ocultarme; quería desaparecer, quería que mi existencia fuera inadvertida. Del gris al negro, del negro al transparente. Pero conforme más intentaba alejarme de mi esencia, forzando al fuego en mi interior a apagarse lentamente, más añoraba recuperarme, abandonar el túner de los horrores; voltear atrás y decir: Lo logré.

No solo eran las deudas, era el conjunto de todo lo que me debilitaba: El rechazo, el fracaso, el temor, el autodesprecio, el descuido, el desorden, el enceguecimiento, el amor que no podía aceptar como merecido. Y las personas alrededor de mí dándolo todo por compartir su felicidad, por hacerme parte de ellos; mientras mi cabeza resolvía complejos rompecabezas de desolación y desesperanza; hasta que, llegado el punto comprendí que tenía que pasar, que era todo parte del proceso. Si quería despertar más fuerte tenía que conocer mis límites, surcar los ríos de oscuridad que mi cabeza fuera capaz de maquilar, no resistirme, no contenerme, no traicionarme; sino sentirme, aceptarme, perdonarme, para así sanar y florecer.

Cada pieza funciona como parte de un todo, agradezco lo aprendido. Soy feliz de saber que quienes son más cercanos siempre van a estar ahí. Sin importar si estoy débil, sin importar si estoy triste, sin importar si no estoy reluciente, sin importar mis errores. Ellos son mi alma y corazón, mi razón de despertar cada mañana consciente de que puedo ver una mejor versión de mí al avanzar del día, así pasado mañana, y sucesivamente.