Grandiosa
¿Cuál es la esperanza? ¿Para qué sirve tener los ojos puestos en algo que quizás jamás ocurra? Mi estrategia actual es simple: disfrutar el viaje, y la compañía, mientras estemos vivos, mientras aún se pueda. Las ideas se vuelven cada vez más extensas, el mal que agobia se multiplica, el tiempo simplemente... ocurre. Qué bonito cuerpo, la cintura. Perdón. No sé de qué estoy hablando, me distraje. La miré un segundo y me sacó de mí. Por eso me encierro más en la oficina: porque las distracciones son fuertes, hermosas, únicas, letales.
Digamos que sé contenerme. Porque ya no soy un niño. Ya he vivido suficiente para distinguir entre deseo y necesidad, entre impulso y entrega. Cambios, lo que queda, lo que me gusta y me hiere, el hambre, el arte, el calor y la pasión… todo me atraviesa. A veces escribo verborrágicamente solo por sentirme vivo. Sin un fin, sin moral, sin estructura. Palabras como cables sueltos, enredados, provocando cortocircuitos emocionales. A veces, mientras me descifro, me confieso. Y eso basta.
No, no me molesta sentir. O sí, pero no tanto. Todos estamos haciendo nuestra luchita, y lo creas o no, cada quien está más expuesto que el anterior al atreverse a abrir el pecho. Hay quien lanza ideas como fuegos artificiales, otros como piedras. Lo nuestro sale en colores, en formas borrosas, en gritos mudos. Se celebra, se lamenta, se deforma. De eso va todo esto: de poner afuera lo que llevamos dentro, aunque no se entienda del todo. Aunque no lo entienda nadie.
Los días se han extinguido lentamente. Uno tras otro, sin gloria. Hoy se siente como un final más. Y aun así estamos aquí, escribiendo, tecleando hasta el cansancio. Como si estuviéramos intentando decir algo verdadero. Gritarlo desde las entrañas. Así funciona el amor: como un accidente artístico, cubista, psicodélico, abstracto, difuso, casi invisible. Un susurro en un idioma que olvidamos.
A veces basta con verla. Con perderme en su mirada. Estoy escribiendo las mismas estupideces que escriben todos los que creen en el amor. Y sí, yo también creo. Pero lo mío, lo mío, es otra cosa. Es buscar conexión. Alguien con quien morir de la mano, entre carcajadas y silencios. Brillante, absurda, inteligente, malhumorada, suave, inmensa. Alguien con quien envejecer riendo de lo ridículo que fue todo.
Escuchar. Escribir. Dormir. Caminar. Fascinar. ¿O no era así? La atracción funciona como una chispa, sí. Pero, ¿y después? ¿Qué hay más allá del cuerpo, del juego? Si no hay verdad, si no hay alma, lo único que queda es negligencia, obsesión, ansiedad. Vivimos describiendo cada momento como algo crucial, pero no podemos ni decir nuestro nombre sin titubear frente a quien realmente nos importa. Qué farsa.
Y si me queda un solo párrafo, si puedo decir solo una cosa antes de callar, es esto: no puedo dejar de mirarte. Mi tormento, mi deleite. Eres adorable hasta cuando eructas después de comer. Hay una belleza particular en tus gestos absurdos, en la ironía de tus frases, en tu forma de no saber qué hacer con tanto cariño. Me gustaría sumergirme en tu tono de piel, que descanses en mí como se descansa en casa. Hundirme entre tus muslos como quien se entrega a una tormenta sagrada. Grandiosa.
No hay comentarios.
Publicar un comentario
Se agradecen tus comentarios.