Mirarnos al Espejo
Somos una generación nostálgica, y no hablo de los términos científicos utilizados para definirnos; sino del hecho de que vivamos añorando momentos en nuestro pasado, fechas que nos pusieron frente a sucesos y personas importantes que cambiaron nuestras vidas en uno u otro sentido.
Mientras más tardíos somos para asimilar la realidad de nuestro presente, más profunda se vuelve la herida que hace tiempo permitimos que nos provocaran, o provocamos nosotros mismos al no aceptar el simple hecho de que nadie hay perfecto.
Quisiéramos no haber permitido esa mala inversión o fraude por el que seguimos pagando las consecuencias; haberle respondido diferente a esa persona que hoy no está cerca de nuestras vidas; no haber herido a ese amigo o amiga que una vez fueron nuestros confidentes y hoy no sabemos en dónde están; o tal vez levantar la mano, opinar, sonreír, estar, hablar, callar, correr, celebrar, aceptar o besar, lo que sea que no hicimos cuando tuvimos oportunidad, dejando escapar una parte de nosotros en el proceso.
Pero todo está ahí por una razón, podríamos vivir afanados de principio a fin si nos la pasamos pensando de ese modo, tenemos que aceptar los errores, reconocer en aquello que estuvimos mal, comprender que las cosas a cada uno le llegan conforme a su tiempo, pues en esta vida, para todo y todos hay ocasión.
Qué mejor que reflexionar en lo que venga y andar tranquilos por la vida, despreocupados, sin sobreestimar, sin preconcebir las circunstancias, sin asumir posturas a precio de un futuro incierto; porque lo mejor es mirarnos al espejo tal cual somos, en el momento mismo en el que nos encontramos, vaciar nuestras opiniones en un mapa mental y asumir responsabilidades para con quien está enfrente.
Aprender a amarnos es sin duda el más grande y complejo de los retos que afrontaremos en la vida, pero al conseguir hacerlo (cosa que muy pocos, por muy perfectos ante el mundo que resulten algunos), habremos avanzado a un plano superior de consciencia en el que gracias a la introspección seremos mejores para con nosotros, como para con los demás, porque muy cierto es que quien se ama a sí mismo, de la riqueza de su ser contagiará a otros.
Pues al final no importa qué tan alto, pequeño, gordo, delgado, feo, atractivo, inteligente o torpe seas; ya que la grandeza de un hombre se mide en la calidad de la gente que le rodea. Y para mí, las personas que han estado cerca a lo largo de mi existencia son las más increíbles y maravillosas que hay.
Mientras más tardíos somos para asimilar la realidad de nuestro presente, más profunda se vuelve la herida que hace tiempo permitimos que nos provocaran, o provocamos nosotros mismos al no aceptar el simple hecho de que nadie hay perfecto.
Quisiéramos no haber permitido esa mala inversión o fraude por el que seguimos pagando las consecuencias; haberle respondido diferente a esa persona que hoy no está cerca de nuestras vidas; no haber herido a ese amigo o amiga que una vez fueron nuestros confidentes y hoy no sabemos en dónde están; o tal vez levantar la mano, opinar, sonreír, estar, hablar, callar, correr, celebrar, aceptar o besar, lo que sea que no hicimos cuando tuvimos oportunidad, dejando escapar una parte de nosotros en el proceso.
Pero todo está ahí por una razón, podríamos vivir afanados de principio a fin si nos la pasamos pensando de ese modo, tenemos que aceptar los errores, reconocer en aquello que estuvimos mal, comprender que las cosas a cada uno le llegan conforme a su tiempo, pues en esta vida, para todo y todos hay ocasión.
Qué mejor que reflexionar en lo que venga y andar tranquilos por la vida, despreocupados, sin sobreestimar, sin preconcebir las circunstancias, sin asumir posturas a precio de un futuro incierto; porque lo mejor es mirarnos al espejo tal cual somos, en el momento mismo en el que nos encontramos, vaciar nuestras opiniones en un mapa mental y asumir responsabilidades para con quien está enfrente.
Aprender a amarnos es sin duda el más grande y complejo de los retos que afrontaremos en la vida, pero al conseguir hacerlo (cosa que muy pocos, por muy perfectos ante el mundo que resulten algunos), habremos avanzado a un plano superior de consciencia en el que gracias a la introspección seremos mejores para con nosotros, como para con los demás, porque muy cierto es que quien se ama a sí mismo, de la riqueza de su ser contagiará a otros.
Pues al final no importa qué tan alto, pequeño, gordo, delgado, feo, atractivo, inteligente o torpe seas; ya que la grandeza de un hombre se mide en la calidad de la gente que le rodea. Y para mí, las personas que han estado cerca a lo largo de mi existencia son las más increíbles y maravillosas que hay.



Aquí guardo fragmentos de mis días: anécdotas que me han formado, pensamientos que se resisten al silencio, destellos de oraciones que encuentro en los bordes de la rutina.
Escribir, para mí, no es un oficio sino una forma de respirar. Cada texto nace del impulso de entenderme y, tal vez, de reconciliarme con el mundo.
No busco atención o aplausos; solo dejar constancia de lo que alguna vez fui, mientras sigo aprendiendo a mirar con calma.
No hay comentarios.
Publicar un comentario
Se agradecen tus comentarios.