Masoquista

Hoy tengo ganas de escribir algo dedicado a la pequeña Angie, mujer de grandes bondades quien siempre sabe insultarme con indulgencia y decoro. Voy a intentar que las tres historias se vuelvan una, que una sea la que exprese lo que me hacen sentir las tres... Tres es un número primo, el triángulo representa la divinidad, por eso escogí ese número, no por nada en particular.

A veces le pido salir, le ruego, le imploro, me victimizo en el camino, lo logro sin lograrlo. A comer jamás, a charlar, quizá, así fue sin ser. Es difícil saber que en un principio aunque a mi modo la quise, no lo hice, fue un trato a mi interior. Ocurre cuando en el mismo plato viertes cariño, envidia, deseo, y mucho estima. Aunque soy de los que aceptan ser humillado intelectualmente y reconozco cuando algo no puedo (a pesar de con fortaleza de espíritu demostrar lo contrario), no me gusta la derrota; menos acostumbrarme a ella; perdón si no se entiende, ésto es mío y lo hago como yo quiera.

Extraño los vídeos, las muecas, las sonrisas y las pecas. Las cándidas manos, ingenuas miradas, vibrantes mentes. Lamento desaparecer en el silencio de lo que nunca fue, porque ella jamás lo permitió; es un duelo en mi interior donde la versión sumisa de mí llora y la versión fuerte ríe. Tengo que hacerlo, no dejar de gozar la ausencia de lo que aunque guste, siempre duele.

La he sufrido tanto tiempo e incontables veces que ahora no es que me guste verle de la mano de alguien, pero mi corazón masoquista la consciente. Siempre deseándole bien, como si a su actual o anterior pareja no envidiara de por vida.

Decepciones, gente que no cumple, mujeres sin palabra. Lo pero es que en medio del desprecio que jamás habrá en mí al verla me transformo en un mandril. No puedo reclamar, no quiero hacerlo, quiero golpear, destruir, acabar.

No hay nadie perfecto ni habrá, cliché común, yo lo sé. Si espinas dan las rosas, atrás no se quedan las mujeres hermosas. Vuelve mi cabeza a cada episodio juntos,; como idiota al demostrar mis gustos. Soy un tonto por amor, víctima de las circunstancias que me han llevado a mi presente.

Yo solo y mi subconsciente hemos aprendido a ver la belleza en donde no. Me gustan los números, soy un asco en el amor; nadie me ha dejado mostrar de mí lo mejor. Lo merece y no, pues aunque en bandeja lo entregue sé cuando no soy aceptado. Las fuerzas en la escuela me dicen que no ceda, que me esfuerce hasta la muerte por lo que yo quiera de ella. Pero ella no me quiere, me desprecia a su manera, hipócritamente consciente de que me hace lamentarlo. Dejo a Dios lo que le plazca hacer con mi cabeza, paro aclaro como siempre que él conoce mis tristezas.

Extraño las charlas de antes, los momentos en los que reía. Cuando compartíamos aire. Sus fotos comentaba y ella no optaba vetarme. Aunque no sea personal, cómo duele, cómo rompe, cómo influye. Me enseñaste a valorar la presencia de la nada, a comprender que no soy yo quien no merece, sino tú la insuficiente. Y entonces, como redacta el cuento, en algún momento de la vida tendré que volver la espalda, jamás olvidaré tus maneras de insultarme, al contrario las usaré para con gusto despertarme.

No rencores, ni males, ni malos entendidos; no promesas incumplidas, ni falsas verdades; no cuentos cortos, ni tratos rotos. Estamos y estaremos en adelante en cero, completamente iguales. Reiniciamos nuestros contadores hasta el momento en el que comenzó todo. Cuando te veía con ojos y mente, ignorando mi corazón... Pues no es bueno enamorarse a quien no corresponde a mi razón.

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