Mostrando las entradas con la etiqueta proceso creativo. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta proceso creativo. Mostrar todas las entradas

 O cómo es que el tiempo no alcanza cuando tienes ganas de escribir y trabajas diario.

Pensé que la vida adulta sería distinta, pero, siendo honestos, todos lo pensamos en algún momento. Al final, se trata de un ir y venir de egos, estrés y pagos, en el orden que se te ocurra. Venir aquí a tirar letras es, en gran medida, una forma anárquica de contemplar la existencia, incluso cuando estoy atorado entre la cotidianidad, las aflicciones y los dolores. Pero quién soy yo para aniquilar estas ganas de hacer lo que mi alma anhela.

He cambiado la bebida del diario en el café de la esquina. El anciano desagradable sigue asistiendo, y el exempleado con actitud de dueño también suele estar por aquí. Invirtieron el acomodo de las mesas, así que ahora me siento afuera, en otro rincón, bajo la misma lógica: producir versos para liberar la cabeza de pensamientos invasivos. Si puedo continuar con lo que hago aquí, puedo sacar adelante mis novelas, relatos e historias.

Sobre el nuevo sitio, no es un fastidio, aunque esté en la pasadera. Ponerme los audífonos e ignorar el entorno es un arte que ya domino. Cambié el chocolate de las tardes —esa pésima idea para “sacarle la vuelta a la cafeína”— por un té de menta: sin azúcar, sin leche, sin nada. Solo el calor sencillo que acompaña la garganta en días frescos. Y cuando regrese el calor, ya lo pensé, puedo pedir la misma bebida en frío.

Mi proceso creativo es sencillo: encontrar un lugar donde me sienta cómodo para tirar frases en la computadora. He modificado la interfaz de “Pages” para eliminar distractores de la pantalla. Pongo los audífonos con Radiohead de fondo, la bebida a un lado y la mirada fija en el procesador de texto. No hay ciencia en esto. Es pura talacha.

A veces me encandilan los vehículos al estacionarse, o pasa gente que llama la atención —mujeres muy atractivas, sobre todo—, pero en general logro desconectarme y enfocar la vista en lo que está frente a mí.

No siempre escribo con una idea clara o un tema premeditado. Si hay fluidez o carencia de ella, depende del momento. Conforme avanzo en las líneas, van llegando las ideas, los giros, el sentido de lo que quiero decir.

No soy más que un fanático de la escritura que aprende cada día. He adoptado ciertas reglas: evitar los adverbios de modo, no repetir palabras sin motivo, y cuidar el ritmo como quien afina una guitarra vieja. Antes me exigía escribir mil palabras por sesión, pero terminé sintiendo que me obligaba a llenar el silencio. Hoy, con quinientas, me basta. Y si no llego, tampoco pasa nada.

Al final, venir aquí a colocar versos o leer novelas es un acto de resistencia. Una pequeña revolución intelectual que ocurre en mi cabeza para no ser conquistado por la superficialidad de la rutina ni por las emociones efímeras que las pantallas insisten en venderme.