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 La noche se sintió mejor anoche y cuando pude despertar hoy, me sentía renovado; algo tan simple como una serie de mensajes que me ayudaran a recuperar la paz me ayudó como no tienen idea. Al fin publiqué un texto; algo pequeño, una proyección meramente, pero algo desde mi corazón y con la mejor de las intenciones. Fue como soltar un suspiro que llevaba tiempo atrapado en el pecho, un recordatorio de que las palabras, cuando se alinean con el alma, tienen el poder de sanar. Ese pequeño texto, aunque modesto, fue un paso hacia adelante, un puente entre lo que soy ahora y lo que quiero ser.

He decidido entregarme a las letras con mayor frecuencia, a veces serán mil, a veces diez mil palabras; no importa la cantidad, pero quiero empezar a trabajar en varios proyectos tanto de escritura que roza la realidad como de universos ficticios. El plan es no negarme al constante deseo de mi interior de expresar lo que siento, de proyectar mis ideas en alguna parte, de producir historias. Siempre he sentido que escribir es como respirar: si no lo hago, algo en mí se asfixia. Durante años, he postergado ese impulso, dejando que las responsabilidades diarias, las dudas y el cansancio me alejaran de la pluma. Pero ya no. Hay un fuego dentro de mí que no se apaga, y cada vez que escribo, siento que le doy oxígeno, que lo hago crecer.

Escribir sobre la realidad es como mirarme en un espejo. A veces, lo que veo no me gusta: las inseguridades, los miedos, las decisiones que no tomé. Pero otras veces, encuentro belleza en lo cotidiano, en los pequeños momentos que pasan desapercibidos. Un café en la mañana mientras el sol apenas despunta, una conversación con un amigo que me hace reír hasta que me duele el estómago, o incluso el silencio de la noche cuando el mundo se detiene. Esos fragmentos de vida son los que quiero capturar, los que quiero transformar en palabras que alguien más pueda leer y sentir como propios.

Por otro lado, los universos ficticios son mi escape, mi lienzo infinito. Ahí puedo ser un héroe, un villano, un viajero estelar o un alma perdida en un bosque encantado. Puedo construir mundos donde las reglas no existen o donde todo tiene un propósito. En esos universos, no hay límites, solo posibilidades. Tengo ideas que han estado rondando mi mente desde hace años: una novela sobre un hombre que descubre que sus sueños son puertas a otros mundos, un cuento corto sobre una ciudad donde el tiempo se detuvo, una serie de relatos sobre personas que se cruzan en un café y cuyas vidas se entrelazan sin que ellos lo sepan. Cada idea es una semilla, y estoy decidido a plantarlas todas, a regarlas con dedicación hasta que crezcan.

En el trabajo, he estado algo asustado porque nos avisaron que el proyecto en el que estoy no va más. La noticia cayó como un balde de agua fría. Llevo meses entregándome a este proyecto, poniendo mi energía, mis horas, mi creatividad. Saber que pronto podría terminar me hace cuestionar muchas cosas: mi estabilidad, mis planes, mi valor en el mercado laboral. Mientras, veo ofertas y tomo entrevistas de otras empresas, para otras vacantes de menor categoría. Sin hacerlas menos, porque al final, tener un trabajo en el que paguen una fracción de lo que gano es mejor a no tener trabajo en absoluto. Pero no puedo evitar sentir un nudo en el estómago cada vez que pienso en ello. Cambiar de rumbo, empezar de nuevo, adaptarme a algo que no me apasiona del todo… no es fácil.

Me hicieron una entrevista para un área de integración de datos, todo bien, aunque sé que ese trabajo está más vinculado a soporte que a desarrollo. No me quejo, digo, ha habido momentos en mi vida en los que he añorado algo así aunque sea. Hace unos años, cuando apenas comenzaba, un puesto como ese habría sido un sueño. Pero ahora, en este punto de mi vida, mientras siga teniendo un proyecto activo, irme sería desperdiciar algo bueno por puro miedo, por lo que no lo haría, no renunciaría, ni aunque me pagaran treinta por ciento más de lo que actualmente gano, porque al final no se trata únicamente del dinero, sino de la seguridad de tener algo que pueda durar más. La estabilidad, aunque a veces la doy por sentada, es un privilegio que no quiero perder.

Aun así, no dejo de preguntarme: ¿estoy tomando la decisión correcta? ¿Es miedo lo que me mantiene aquí, o es sensatez? La línea entre ambos es tan delgada que a veces no sé en qué lado estoy. Hay días en los que quiero arriesgarme, enviar mi currículum a empresas en el extranjero, probar suerte en un campo completamente diferente, como la escritura técnica o incluso algo relacionado con mis proyectos creativos. Pero luego me detengo, pienso en las cuentas por pagar, en la rutina que me da estructura, y decido quedarme. Al menos por ahora.

Lo que me mantiene cuerdo en medio de esta incertidumbre es la escritura. Es mi refugio, mi ancla. Cuando escribo, el mundo exterior se desvanece. No hay proyectos que se cancelan, no hay entrevistas que me hagan dudar de mí mismo, no hay miedos que me paralicen. Solo estoy yo, mis pensamientos y las palabras que fluyen como un río. A veces, escribir es como hablar con un amigo que nunca me juzga, que solo escucha y me deja ser. Otras veces, es como enfrentarme a un adversario que me obliga a ser honesto, a mirar de frente lo que siento.

Quiero que esta etapa de mi vida sea un punto de inflexión. No solo en el trabajo, sino en todo lo que soy. Quiero comprometerme conmigo mismo, con mis sueños, con esa voz interior que no se cansa de pedirme que escriba, que cree, que no se rinda. Por eso, además de los proyectos de escritura, estoy pensando en otras formas de alimentar mi creatividad. Tal vez tomar un curso de narrativa, unirme a un taller literario, o incluso empezar un blog donde pueda compartir mis textos y conectar con otras personas que sientan lo mismo que yo. La idea de construir una comunidad, aunque sea pequeña, me emociona. Saber que alguien, en algún lugar, podría leer mis palabras y sentir algo… eso sería suficiente.

También he estado reflexionando sobre el equilibrio. Entre el trabajo, la escritura, las responsabilidades y el tiempo para mí. No quiero que mi vida sea solo una lista de tareas pendientes. Quiero que haya espacio para la espontaneidad, para las risas, para los momentos que no planeo pero que terminan siendo los más memorables. Últimamente, he estado tratando de desconectarme más del teléfono, de las redes sociales, de esa necesidad constante de estar “al día”. En cambio, me he dado permiso para leer más, para caminar sin rumbo, para sentarme en un parque y simplemente observar. Esos momentos me recargan, me recuerdan que la vida no es solo trabajar y producir, sino también vivir.

A veces pienso en cómo sería mi vida si me dedicara por completo a la escritura. Dejar el trabajo, mudarme a un lugar más tranquilo, tal vez una cabaña en las montañas o un pueblo pequeño donde el tiempo pase más lento. Escribir todo el día, publicar libros, viajar para presentar mis historias. Suena como un sueño, pero también como un riesgo enorme. Por ahora, prefiero mantener un pie en la realidad y otro en mis sueños. Escribir en las noches, en los fines de semana, en los ratos libres. Poco a poco, sin prisa, pero sin pausa.

Al final, lo que quiero es no arrepentirme. No quiero mirar atrás en diez años y pensar: “¿Y si hubiera escrito más? ¿Y si hubiera intentado ese proyecto? ¿Y si hubiera sido más valiente?”. Quiero vivir una vida en la que pueda decir que lo intenté, que di lo mejor de mí, que no dejé que el miedo me detuviera. Y si el camino no es fácil, que así sea. Las mejores historias, después de todo, no son las que carecen de obstáculos, sino las que nos enseñan a superarlos.