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Estoy otra vez intentando cerrar los ojos, abandonar las ganas de extrañar. Pero la misericordia tiene más de un nombre, no quiero claudicar.

Sigo sobrio, de las cadenas que me hacen recordar sus dulces labios; escapé, pero en la lúgubre soledad en medio del silencio su ausencia me acongoja, el aroma de su cuello presente estaba en lo que soñé.

¿Estoy intranquilo? Probablemente no; solo encontrando la manera de mis pensamientos colocar en orden. Las risotadas al otro lado de la pared me despiertan, el murmullo de quienes han salido a divertirse hace mofa de mi triste situación de pesar tras darse cuenta.

Tendría que escribir un poco como salida a mis ataques de ansiedad, no me siento mal, pero es mejor así, por si acaso mañana no tengo nada más para decir.

¿Has visto al despertar entre el frío y la humedad de lágrimas que hubieses derramado antes sobre la almohada los ojos escarlatas de un ser aterrador que presume estar ahí simplemente a tu cuidado? Algo de esa índole seguro que te habría asustado.

Pero bien es real que ya me ha sucedido antes; a las tres con treinta y tres me he despertado ansioso más de una vez en el pasado, y entre las sombras al caminar unos cuantos pasos recuerdo el brillo colorado.

¿Qué es eso que más que darme miedo me conmueve por no saber con certeza sus motivaciones, o si solo es el efecto del desvelo en mi cabeza lo que provoca esas desquiciadas maquinaciones?