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Tenía que explorarlo, tenía que liberarlo, me gustaste desde el momento exacto en el que te vi aquella tarde de verano haciendo fila frente a mí; y lloré ante mi miseria, recordé mi aspecto ante el espejo y me reduje a nada sabiendo que no habría forma de llamar tu atención, pues nunca he sido atlético, inteligente, agradable o atractivo siquiera.

Así empezaron en mi vida una serie de capítulos que una vez tras otra dejaron ver lo débil que era en todo sentido. Mientras más me obsesionaba con la idea de volver a verte, más me dolía lo lejos que te encontrabas circunstancialmente de mí; cuando yo me acercaba a la rectitud en vísperas de ser un hijo agradecido con mi familia, tú desenfrenabas entre fiestas y borracheras.

Nuestra historia era una versión insípida de Forrest Gump, en la que mi debilidad no era ningún retraso, sino todo lo contrario, el sobrepensar las cosas; el hecho de que seas mayor a mí, de que mi apariencia sea definitivamente ajena a cualquier elemento que cause magnetismo hacia las mujeres; con mi charla torpe y entrecortada, no me quedaba más que verte en la cima de mi Universo, como una musa inalcanzable, equiparable a Tassi en mi mente, mi único amor platónico.

Conforme redacto esta carta debo mencionar que es claro que soy un tipo que de alguna forma cayó en el desamor y las consecuencias que eso trae consigo; no logro salir de esa miseria por mucho que me esfuerce, realmente hube invertido tiempo y ganas en mí para cambiar, para mejorar, pero dejé pasar el tiempo y lo más próximo que tengo a F es algo que le pedí me hiciera, solo eso.

De las mujeres el cómo se vean atrae y conquista mis ojos, pero el cómo se relacionen, el cómo funcionen es lo que conquista mi corazón. Tú, en ese pequeño desplante de personalidad, una dama despreocupada y consciente de lo que llevaba encima, saltaste todas mis expectativas y colocaste la vara de mis gustos muy en alto. Aunque eso como vestigio me ha impedido acercarme y abrirme confiadamente a personas que podrían ser especiales.

Me gustaría que supieras que ambos tenemos detalles en común, los dos hemos perdido hermanos, los dos somos amantes de la filosofía y las letras, los dos nos maravillamos por el arte, aunque tú lo plasmas y yo lo redacto, los dos creemos en una forma de amor romántico que parecería extinto, pero comprendemos claramente que está ahí, esperando a ser parte de nuestra felicidad.

Y así, en una obsesión que surgió una tarde mi vida de estudiante pasó desapercibida, empecé a escribir con más constancia, le agarré el gusto a hacerme amigo de mis profesores, a trabajar siendo buen empleado, a enfocarme por conseguir metas. Pero mi meta mayor siempre estuvo incrustada en mi subconsciente, en mi memoria; durante mucho tiempo te volviste inaccesible, hasta que hace poco más de un año por fin me animé a decirte algo pequeño, a pedirte algo para que me representa; estoy seguro de que jamás le encontraste el significado que yo le di a esa pieza.

Tal vez un día tenga el valor suficiente para acercarme a ti, porque incluso cuando me entregaste mi encargo no hubo necesidad de vernos, creo que habría colapsado de darse el encuentro, me debilita tu sola presencia, tus palabras me alegran el día, tus fotos le dan razón de ser a mis ilusiones, todo para confirmar que efectivamente, el amante eterno siempre ha visto musas donde es ignorado, porque la pasión desbordante surge entre ideas y memorias, cuando la realidad es la embestida de un monstruo que aplasta cada sueño imposible.


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Tenía que explorarlo, tenía que liberarlo, me gustaste desde el momento exacto en el que te vi aquella tarde de verano haciendo fila frente ...