Entre Semana
Hay días en los que el mundo parece conspirar para apagarme. Entre semana, cuando la motivación se esfuma, todo se siente como una batalla perdida. Una noche de insomnio —ya sea por el calor pegajoso, la incomodidad de una cama que no acoge o una comida que no nutre— se convierte en mi peor enemigo al amanecer. Me despierto de malas, irritado, con la mente nublada. Las ideas que ayer fluían con claridad ahora son un eco lejano, y el código que debería escribir se queda atrapado en un limbo de fastidio. Ni el café ni la fuerza de voluntad logran rescatarme.
Pero anoche… anoche fue diferente. Dormí como si el universo me hubiera dado un abrazo. El aire acondicionado en modo "dry" creó un oasis fresco, y el cansancio acumulado de días frenéticos me envolvió como una manta suave. Caí rendido, no como un bebé —porque, seamos honestos, los bebés apenas duermen—, sino como alguien que, por una noche, encontró la paz absoluta. Y hoy, esa energía me hace sentir imbatible, como si pudiera partir el mundo en dos con una sola mano.
Entonces, ¿qué me roba esa chispa? Mil cosas. El insomnio, la comida chatarra, un dolor que se cuela en el cuerpo, la sombra de la edad que me susurra que ya no soy el de antes. Y, por encima de todo, la gente. Sí, la gente, con su ruido, sus demandas, sus pequeñas guerras, me despoja de la calma más rápido que cualquier otra cosa.
Hoy, sin embargo, me siento raro. No mal, sino extrañamente poderoso. Dos días comiendo bien, una noche de sueño profundo, y de pronto tengo la fuerza de un titán. Es increíble cómo una sola noche reparadora puede transformar el mundo en un lienzo lleno de posibilidades. A veces, juro que el universo conspira para contenerme, como si temiera lo que podría lograr si estuviera al cien. Porque cuando nada me duele, cuando nada me falta, el mundo no es más que un patio de juegos.
Pero no siempre es así. Hay días en los que la idea de que todo esto es temporal me golpea con fuerza. Cuando estoy en el fondo, cuando el cansancio o el malestar me ganan, no hay siesta, ni cama, ni respiración profunda que me salve. Es una tristeza densa, un vacío que parece burlarse de mí, como si el absurdo de la existencia se riera en mi cara. Hablar con los que amo, trabajar hasta agotarme, escribir planes y sueños… nada funciona. Todo se siente como remar contra la corriente.
Por eso estoy aquí, dejando caer estas palabras antes de seguir adelante. También quería confesar algo: no estoy conforme con mi novela. Esos casi dos capítulos que llevaba escritos no me convencían, así que los borré. Todos. Volver a empezar duele, pero también libera. No sé si rescataré las ideas que me gustaban o si las dejaré ir para siempre. Lo que sí sé es que recordé a esos autores que decían que, si no estás convencido, tienes que tener el valor de tirar todo y arrancar de nuevo.
Es una medida extrema, lo sé. Pero la vida es así, una paradoja constante. A veces hay que retroceder, una, dos, mil veces, hasta dar con el camino correcto. No hay un punto perfecto, eso es verdad, pero cuando el avance ha sido un desastre o cuando el tesoro al final del arcoíris brilla lo suficiente, el esfuerzo de empezar de cero vale cada gota de sudor. Y hoy, con esta energía renovada, siento que puedo escribir, crear, conquistar. Que el mundo se prepare, porque voy por todo.
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