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 Hay telarañas aquí. Después de tanto, me decidí a volver. Pero como dije con anterioridad, mi despedida de las letras fue real, mi perspectiva de fiel creyente de mis capacidades de redacción a nivel literario, se ha ido por el drenaje. Entre entender que lo que ofrece el mercado, o mejor dicho, lo que consume la audiencia; y las cosas que para mí son importantes, reconociendo la gran distancia que separa lo uno de lo otro, y el hastío ante crear letras burdas y sin alma, redactadas a partir del solo afán de pegar, preferí renunciar antes de hacer algo.

Porque qué fácil es llenar páginas y páginas de coloridas descripciones de felicidad o frases para la autosuperación; que si el pobre, que el rico, que el gordo o el flaco; todos compartiendo el mismo costal de podredumbre, sin pasión ni intención. Si unas letras no son capaces de claudicar o trasgredir, nada más están ahí de adorno, para servir de puro placebo intelectual.

Antológicamente hablando, podría haber colocado algo en papel hace años; pero si tu propia obra no te apasiona de tal forma que sientas un vínculo cuasiromántico por la misma, es porque no vas bien. Si una novela no te transporta a un universo distinto con características peculiares que sea tan profundo como la mejor de las experiencias cinematográficas, es que todavía no es por ahí.

No importa darle mil vueltas al fracaso narrativo o afrontar la realidad de que lo que haces es basura una y otra vez. Ser pasional es mi prisión y cautiverio; respetar a quienes usan el cerebro para contar una historia que tome en cuenta la cronología, que funcione de manera lógica, que posea un argumento fuerte y que exprese algo por parte del autor, es prioritario.

Probablemente sean obras repensadas, que cambien el punto de vista, a los personajes o solamente estén inspiradas; si logran conquistarme, es porque conecto con ellas. Pues al final resulto ser uno más en cada una de esas aventuras a la que me adentro, con pensamientos y emociones, con voluntad y conflictos, con miedos y logros.

Pero lo dicho: Cualquiera puede soltar un puñado de palabras nada más para apantallar. Para levantarse el cuello con la etiqueta de escritor. Para presumir a su mundo el extenso de sus excepcionales habilidades creando textos, cuentos vacíos, regaños plagados de indiferencia y falacias; múltiples ruines y patéticas líneas absurdas.