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Las cartas nunca serán suficientes para describir el dolor que su ausencia me causa, me consume las vísceras de solo pensarla. Me hizo tanto daño extraviarme en el proceso que ahora veo sus ojos por doquier, sus cálidas manos en mi cabeza recuerdan que en algún momento fui atractivo. Ya no, el dulce sabor de sus labios haría palidecer al mejor actor con únicamente aproximarse.

Algunas personas no entienden que la vida es mucho más que cubrir horas, suplir necesidades y hacer dinero; quizá es por eso que la incomprensión ante mi honesta identidad es un sentimiento siempre presente; juro que que me esfuerzo por no dejar salir lo peor de mí, por evitar que las sombras del pasado oscurezcan el camino frente a mí.

Ya nadie se sorprende, no resulta fascinante lo que piense en ningún sentido, la triste historia de la muerte de mi hermano ha sido mi maestro más grande, una muestra más de mi debilidad ante el entorno, socialmente inepto y patético, sin nada que ofrecer además de un par de lágrimas en medio del lúgubre camino de la soledad.

No recuerdo el porqué del temor que se apodera de mi cuerpo, a veces escribo bien, otras no puedo sacar de mi ser algo comprensible y digno de ser leído por otros; pues es mi verdadera identidad, ni tan blanco, ni negro, solo un poco inconforme con lo que me ha tocado, triste generalmente porque en mi deseo de alegrar a otros me quedé varado al inicio del viaje; más que un tiempo lejos, lo que se acerca son día de reconciliación conmigo mismo, de asimilación de la realidad y aceptación sincera de mi lugar en un mundo al que he de adaptarme sin sentirme aparte.

Pues por cuanto más tiempo invierto creyendo que puedo ayudar a los demás, más me hundo en el mundo de desolación y martirio ante un plano de olvido, muerte, maldad y peste.

No son los números aquello que nos identifica como únicos, es la capacidad de reconocimiento al ser rodeados por otros individuos de intereses semejantes tanto en lo particular como en lo general; gracias a la empatía todo el tiempo me doy cuenta que el vacío en mi interior no es una cualidad, pues es lindísimo ver a la gente que me rodea hacer sana comunión con ajenos, mientras mi extraviada personalidad oculta lo horrorizado que me encuentro ciertamente.

Algún día probablemente llegue a ser simpático y querido, pero por ahora, mientras las heridas no terminen por sanar completamente, seré víctima del reproche que cada que cierro los ojos aparece.

A veces creo que de no ser un pervertido, cada hora de sueño la disfrutaría plenamente; las cosas no cuadran, si mi capacidad deductiva fuera un poco menos ágil para ver la verdad en donde me la ocultan, quizá sería menos propenso a evidenciarlo todo, enfermedad o no, cada que está cerca, el nudo entre mis ideas y emociones se vuelve algo evidente.