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 Pasa que antes me sentía incomprendido por las opiniones ajenas que tuvieran de mí; en mi corazón lo que más anhelaba era caerle bien a los demás, deseaba como mi máximo objetivo ser magnético y causar empatía de inmediato; hasta que hace relativamente poco pude reconocer realmente que cada uno está luchando su propia batalla.

Aunque nunca he sido de tomar represalias y prefiero continuar a la siguiente meta; lo cierto es que hubo un tiempo en el que las actitudes e hipócritas personalidades me hacían querer decirle a todos: "Hey, esta persona miente" o "esta persona esconde tal o cual complejo", solo eran deseos, nunca concreté algo de eso gracias a las limitantes bajo las que me he regido toda la vida.

Lo que me pasa ahora es justamente lo contrario, situación, acción o personalidad que encuentro un poco incómoda en mi percepción subconsciente (generalmente atinada), me mueve a meditar las luchas por las que estará pasando, los problemas que habrá atravesado para encontrarse ahí y las brechas que existen entre ambos además de la forma en la que el entorno habrá causado impacto para ser como es.

Lo mencionado en el párrafo anterior me resulta inmensamente liberador; porque permite motivarme en la única persona que debe de importarme realmente mejorar, o sea yo. Además todo este asunto de analizar lo único que hace es otorgarme más herramientas de autoevaluación, pues es obvio que lo que veo en otros y me provoca "batallar", en ocaciones, es aquello que me podría servir como maestro espiritual y mental, llámese para mejorar mi forma de ser, para comportarme de una manera más agradecida o simplemente para actualizar mi software de misericordia y tolerancia.

A veces escribo de las cosas lindas que me ocurren, si no ven mucho de eso por acá, es porque la he pasado mal, y se vale. Hace meses leí un meme que decía algo así: "Sé que estás pasando por momentos difíciles, pero recuerda, tú te los buscaste". Y obviamente es igual a restregarme en la cara las malas decisiones que he tomado. Aunque divertidísimo.

Atrás quedaron los intentos de hacer funcionar mi cabeza de una manera radical y revolucionaria; probablemente he sucumbido ante lo que la sociedad esperaría de alguien de clase baja y origen humilde como yo, "mantenerme endeudado y ahogándome en la miseria". Pero me siento en un punto en el que no deseo culpar a otra cosa que no sean mis propias fallas a la hora de seleccionar opciones; aunque para nada me pienso quedar revolcándome en la depresión.

Es como si un interruptor en mi interior hubiera cambiado de posición; y donde antes hubo autocompasión, lástima, dolor y pena; hoy me siento más fortalecido que de costumbre. No les voy a mentir, la tristeza es por razones circunstanciales parte de mi día promedio; pero se ha vuelto tan común la convivencia con la misma que a veces hasta se vuelve incentivo para fenómenos graciosos. Como si fuera algún personaje de comedia muda en blanco y negro, que después de la caída aparatosa, acepta las risas y sigue adelante.